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Liliana Ancalao y Viviana Ayilef en el Congreso Internacional de la Lengua

Liliana Ancalao y Viviana Ayilef en el Congreso Internacional de la Lengua

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Las poetas mapuches de Chubut expusieron en el Bloque 5 del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española «Poesía de las lenguas originarias».

Liliana Ancalao de Comodoro Rivadavia, Viviana Ayilef de Trelew y Graciela Huinao de Chile participaron del panel destinado a reflexionar sobre la poesía de las lenguas originarias.

Estas poetas mapuches expresaron a través de su palabra: «Encontré en la poesía la oportunidad de expresar algo que tenía guardado en lo más profundo…», «La poesía es nuestra manera de defendernos…», «Somos la voz, el derecho de habla del pueblo mapuche».

Graciela Huinao dijo: «No puedo pasar por alto, no voy a olvidar ni permitir, que en la apertura de un Congreso donde hay audiencia europea y latina,que quizás escuchan por primera vez la historia de mi pueblo, un Premio Nobel haya hablado tan mal de nuestros pueblos originarios.» A lo que sus compañeras asintieron y todo el público presente se puso de pie para aplaudir.

Aquí la exposición de Liliana Ancalao

Voy a leer un fragmento de un ensayo que escribí en el año 2010, para darle un marco a mis poemas. Se llama «El idioma silenciado» y explica por qué un idioma como el mapuzungun que tenía una vitalidad tan plena, como tiene hoy el castellano, necesita ser revitalizado en la actualidad.
Los supervivientes del genocidio, que la historia oficial argentina llama Conquista del desierto y la historia oficial chilena llama Pacificación de la araucanía, llegaron a los espacios asignados por el estado. Allí nacieron muestros abuelos. Asistieron a las escuelas rurales y se hicieron bilingües a la fuerza, aprendiendo el castellano.
«Pero al interior de nuestro pueblo la política de avergonzamiento hizo estragos. El mapuzungun pasó a ser un estigma, la marca de inferioridad de quienes ingresaban forzadamente al sistema capitalista, como mano de obra barata.
Tal vez fue una decisión de los ancianos el dejar de enseñarlo ¿pudieron reunirse? ¿Pudieron conversar en mapuzungun sobre el futuro? O simplemente callaron. Evaluaron que sus conocimientos ya no servirían, que los nuevos brotes podrían manejarse mejor sin ellos, en este nuevo mundo, siempre amenazante, siempre señalando, acusando, sonriendo.
El mapuzungun fue el idioma de la conversación de los ancianos, el idioma para convocar a las fuerzas del amanecer. El idioma para guardar. Para callar.
La ciudad fue una posibilidad laboral y una posibilidad de estudio para los brotes. Se vinieron nuestros padres monolingües, sin ngillatun, sin mapuzungun. A cambiar el ciclo natural del tiempo por horarios de trabajo y calendario escolar.
Y nosotros ingresamos a la escuela del barrio, portando rostros y apellidos, sin idioma del cual avergonzarnos, con el castellano como primera y única lengua. Sin historia, sin memoria.
Hablo de Puel Mapu y de la historia de mi familia que es la historia de muchas familias y que explica la pérdida de nuestro idioma como primera lengua, en la mayoría de mi generación. Hablo de una lengua milenaria y la ignorancia de los hombres que proyectaron un país sobre un territorio pleno de nombres, fuerzas y significados; silenciándolo. Hablo de lo que nos perdimos. Todos.
Todos los que nacimos sin saber el nombre de cada planta, cada piedra, y cada pájaro de esta tierra.
Yo desperté en el medio de un lago, a boqueadas intenté decir gracias y no supe las palabras. No me habían sido dadas. Encontré en la poesía en «castilla» la posibilidad de expresar algo de la profundidad que me inundaba. Y la nostalgia de mi cosmovisión me llevó por el camino a recuperar su idioma.
Cuando se cumplieron los 500 años del desencuentro, empezamos a aparecer de entre las matas y cada vez fuimos más regresando a nuestro origen. Haciéndonos visibles. Mapuche ta iñche fuimos diciendo para reconocernos y reparar un poco el daño que nos hicieron.»

Aquí la exposición completa de Viviana Ayilef

Escribimos poesía así como otros sueñan. Como nuestros lonkos reciben en la mansa noche todavía avisos de peligro y trueno. Estoy utilizando metáforas viejas y por dolor conocidas, pero todavía vigentes. Algo de los sueños del gran Moctezuma ha sido recurrente. Escribimos poesía como a nuestros machis les tiembla la piel y les aparece el saber que nos tiene a salvo, tan vivos. Escribimos poesía como cuando la sombra de un árbol se dobla sobre un espacio sagrado al que abraza. Escribimos poesía como cuando nace un niño. Existe, todavía, ese orden. O con mayor rigor: sobre-existe. Y cada vez que se altera ahí vamos cada uno a restituir desde su lenguaje ese mundo. Pero a nuestros lonkos los procesan. A nuestras machis las reprimen. Al territorio lo cercan y lo condenan a ser de ese modo un espacio sangrado. Con el espacio sagrado sangrado nos desangramos todos. Incluso esos niños que nacen. Sobre esto trata, también, la poesía.
Nos han querido regresar a todos los estereotipos. De todos ellos nos escapamos. Resistimos la imagen del doliente prosternado elegíaco indio casi niño que pide cobijo –una imagen que supo ser, sin embargo, poética-, y la del sedicioso tirador de flechas piedras o de bombas -una imagen activa, de clara raigambre política-. Pero no lloramos: hablamos. Y no atacamos: decimos. Estamos, con nuestros cuerpos enfermos, intoxicados, regados salvajemente por el veneno agrotóxico, o privados del agua por las represas hidroeléctricas o los emprendimientos megamineros; con nuestros espíritus alterados por la construcción oscura y malintencionada que articula el poder desde sus redes virales acerca de lo que es ser hoy mapuche. Queremos compartir un relato desde la poesía sobre lo que triza nuestro corazón, lo que lo mantiene altivo, porque la poesía abreva también en el agua. La poesía permite hablar sobre eso porque nada escapa a su inmenso potencial de acción y de sanación, de decidido amor, si es preciso.
Y si todo eso toca a la poesía es porque lo que parece un asunto económico es para nosotros la trayectoria de un orden sagrado y no se reduce a la matemática. Lo que puede parecer una discusión académica es el ejercicio de la desobediencia epistémica y no cabría en un abstract. Lo que se niega a figurar bajo el rótulo de folklore es la vida, una experiencia que late y que si se detiene es como un detenerse el mundo porque está desgarrado. Si algo de lo que leemos parece un asunto demasiado social es la percepción primaria en la historia del asco, como si tanto dolor pudiera resumirse en alguna palabra. Lo que parece poesía es, como siempre lo entendieron los pueblos originarios de Abya Yala, aquí Latinoamérica, una concepción del lenguaje como una acción bien precisa, subsidiaria de un orden que va a sostenerse más allá de la bala, el garrote, el estigma, la celda, los autos de fe. La poesía como un sencillo acto de fe. Escribimos poesía porque nos ha tocado esta forma concreta de amar y de defendernos.

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